Romanidad

¿Por qué el cristiano mira hacia Roma… incluso hoy?

El Jubileo proclamado por el Papa y las peregrinaciones organizadas en esta ocasión son una oportunidad para proclamar el apego de los católicos a Roma y a la Sede de Pedro. Sin ilusiones sobre la posibilidad – ¡más que una posibilidad hoy en día! – de que el sucesor de Pedro cause daño a la Iglesia.

Surge entonces la cuestión de qué es la verdadera romanidad, que forma parte del espíritu cristiano. Mons. Lefebvre, impregnado de este espíritu romano en el Seminario Francés de Roma, lo describe en su Itinerario espiritual, evocando las grandes familias romanas del período de las persecuciones con su generosidad hasta el martirio, la lengua latina, la liturgia romana, los Padres y teólogos de lengua latina. Por el contrario, la aversión de los herejes y enemigos de la Iglesia hacia Roma también es significativa: “En resumen, los cristianos son aquellos que no son romanos”, se atreve a escribir Lutero al Papa León X en octubre de 1520.

¿Qué es entonces la romanidad? Sin duda, no consiste en el conocimiento erudito de las letras clásicas latinas. ¡Se puede ser un ferviente hijo de la Iglesia sin ser un erudito! Tampoco radica en una devoción al Papa que ciegue ante los desastres de las reformas emprendidas desde los años 60. “El hombre tiene deberes para con su inteligencia, y estos deberes son graves”, decía el padre Labourdette… Rechazar ver es faltar gravemente a ellos.

El apego de los fieles a Roma se debe, en primer lugar, históricamente, a la predicación, el martirio y la sepultura de los Apóstoles San Pedro y San Pablo en Roma. Su predicación fundamenta la autoridad magisterial de la Sede romana, y su sepultura atrae la devoción de los fieles. El primado conferido a Pedro es el fundamento del de sus sucesores. Es, por tanto, en la persona del Príncipe de los Apóstoles donde se arraiga el apego de los corazones cristianos a Roma.

Ahora bien, la Sagrada Escritura tiende a presentar a Pedro como quien ocupa el lugar de Jesús: debe apacentar su rebaño (Juan 21, 15–17: “mis corderos, mis ovejas”), posee las llaves del Reino de los Cielos, que también son un emblema mesiánico [1], y recibe el nombre de Pedro; pero ser la roca de Israel era un título divino en el Antiguo Testamento. En los Hechos de los Apóstoles, Pedro aparece en posturas que recuerdan al Evangelio: hace levantarse a los paralíticos [2], sana a numerosos enfermos [3], resucita a una difunta [4]. En el episodio de Ananías y Safira [5], su papel incluso evoca el de Dios juzgando a Adán y Eva. Mirar hacia Pedro es mirar hacia Jesucristo y hacia el Padre.

Quien ejerce la autoridad legítima, en particular la primera según la naturaleza, la del padre de familia, representa a Dios mismo; respetarlo es honrar a Dios, a pesar de las imperfecciones que desfiguran su imagen.

Así como el padre es imagen de Dios, el sucesor de Pedro representa a Jesucristo. Por lo tanto, la romanidad no es otra cosa que la piedad filial hacia la Sede de Pedro, en quien se reconoce una autoridad que representa la de Dios, del mismo modo que se honra a los padres que han prolongado la obra de Dios en nuestra existencia. Se puede hacer uso de la prudencia personal para tomar distancia de padres lamentablemente indignos sin dejar de ser sus hijos. Lo mismo se aplica a la situación actual de la Iglesia. Y así, la Fraternidad San Pío X puede reivindicar su romanidad sin contradicción. “Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas mucho tiempo en la tierra que el Señor tu Dios te da.[6]”


Notas:

  1. Isaías 22, 22 y Apocalipsis 3, 7
  2. Hechos 3, 6; 9, 34
  3. Hechos 5, 15
  4. Hechos 9, 40
  5. Hechos 5
  6. Éxodo 20, 12

Fonte: La Porte Latine

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